“La tarde se oscureció, la temperatura bajó, el tiempo cambió y a las seis de la tarde empezó a llover. A las ocho inició la tormenta. En la casa nos sentábamos, nos acostábamos, nos levantábamos escuchando los truenos y los relámpagos. La lluvia no terminaba. Entre más oscuro se ponía, más intensa era la lluvia. Cerca de las tres de la mañana, yo le dije a mi esposo: ‘vaya y mire el bote en el rio’, él fue y me dijo: ‘el río está grandísimo’. Nosotros nos levantamos, yo llamé a mi hija y a mi yerno para que se levantaran porque el río venía subiendo mucho.
Cuando amaneció, el río ya estaba metido dentro de la casa”. Así es como Florentina Rivera, una campesina del occidente de Colombia recuerda la noche en la que su pueblo se inundó en noviembre del 2024.
Esa noche cambió el destino de todas las familias de la vereda de Pogue. La lluvia hizo que los ríos crecieran rápidamente y se desbordaran. En cuestión de horas el agua arrasó sus bienes, cultivos, animales, botes y casas.
“Afortunadamente estamos vivos, pero fue una situación muy difícil para la comunidad. Lo perdimos todo. Perdimos los cultivos, las ollas de la cocina, botes de pesca, nuestros animales. El río creció con fuerza. Intentamos recoger nuestras cosas pero no pudimos, teníamos que salvar a los niños y dejar nuestras cosas atrás. Nos ubicamos en un refugio arriba de la comunidad, donde queda la escuela, el centro de salud y la iglesia. Ahí pasamos varias noches.” Dijo Marcelina, una líder de la comunidad quien recuerda el valor de la vida por encima de las cosas materiales.
El hambre y las enfermedades aparecieron. La comunidad se quedó sin alimentos, el centro de salud no tenía medicamentos y la ayuda del gobierno no llegó a este territorio apartado y de difícil acceso en el occidente de Colombia. “En ese momento nos sentimos tristes, pensamos que íbamos a perder la vida. El río se había crecido en otras ocasiones, pero nunca el agua había cubierto nuestras casas. Y nosotros decíamos: si se sube más, ¿qué hacemos? Los niños lloraban, yo lloraba.” Dijo Marcelina.
Erasmo Izquierdo, un campesino que vive en Pogue desde hace 39 años, dijo que la inundación aparecía en sus pesadillas y que le era difícil dormir cuando llovía. Él, como muchos de los habitantes de Pogue, tampoco habían podido dejar de pensar en lo habían perdido con la inundación.
Más de 45 familias perdieron sus casas, quedaron completamente destruidas. Pero la afectación fue mayor.
A finales del 2024 en el Chocó, un departamento ubicado al occidente de Colombia, se reportaron más de 200.000 personas afectadas por las inundaciones, miles ya habían sido afectados por el conflicto armado.
“La ola invernal afectó el cultivo de plátano y otros cultivos, como el río creció tanto tapó todo”, dijo Luis.
Para las familias de la comunidad el plátano es su alimento principal y también su fuente de ingreso económico. Mirar sus cultivos de plátano debajo del agua preocupó a toda la comunidad. Una mata de plátano pude tardarse entre 10 y 12 meses en crecer, la recuperación de la comunidad en esas circunstancias tardaría mucho tiempo. Las posibilidades de recuperarse eran lejanas. “Por la creciente, perdí la platanera, perdí el pan coger, perdimos unos pollos que eran para nuestro sustento. Uno vende sus plátanos, con eso compramos la comida. Nosotros sobrevivimos de eso, todo el tiempo hemos vivido de plátano”, comentó Luis Arcos. La angustia crecía y la comunidad no encontraba respuestas a su crítica situación. Solicitaron ayuda al gobierno, pero la asistencia no llegó.
Recuperar los cultivos y sobre todo hacerlos productivos puede tardar años porque el agua y los deslizamientos también se llevaron las tierras fértiles y las herramientas que se necesitaban para empezar a cultivar.
La inundación y el deslizamiento de la tierra también dañaron el sistema de acueducto. “Desapareció por completo lo único que nos permitía tener agua potable en la comunidad”, mencionó Luis.
El acueducto dejó de funcionar. Como resultado, se presentaron en la población enfermedades como diarrea, dolor de estómago, ronchas, rasquiña y fiebre. Sin medicamentos en el centro de salud la situación de niñas y niños en la comunidad empeoró. Movilizarse al centro de salud más cercano a horas de Pogue tampoco era una opción.
La comunidad de Pogue también ha sido afectado por el conflicto armado. Los habitantes de la comunidad han sido obligados a huir de sus hogares, amenazados y confinados.
“Fue una situación muy dura porque uno nunca había salido de su comunidad. La gente lloraba cuando fue obligada a desplazarse hace unos años. Llegar a otra comunidad que no es la de uno es muy duro. No hay confianza, uno se siente rechazado”, recordó Marcelina.
Tiempo después del desplazamiento forzado, la comunidad regresó a su territorio, pero desde entonces hay grupos armados no estatales que hacen presencia en ese territorio. En Colombia más de 9 millones de personas viven bajo la influencia de actores armados no estatales.
En el 2024, antes de la inundación la población había sido obligada a confinarse.
El confinamiento es una estrategia utilizada por actores armados no estatales para ejercer control. Quien controla la población, controla el territorio y las economías ilícitas. Las amenazas, la utilización de minas antipersonal, los homicidios, la violencia sexual, la violencia armada y la imposición de horarios para que la población se quede en sus hogares tienen como finalidad evitar que otro actor armado ingrese a su territorio.
En 2024, 138.000 personas en Colombia fueron confinadas, la cifra más alta reportada desde 2008. La situación no ha mejorado en el 2025, en los primeros dos meses del año decenas de miles de personas fueron confinadas. La violencia y el control ejercido por actores armados restringen su acceso a alimentos, atención médica o la posibilidad de caminar hacia las escuelas para acceder a la educación.
“Nosotros todo el tiempo vivimos asustados, porque viene gente armada al territorio. Todo el tiempo hay gente armada por el río, todo el tiempo. Es muy duro, da tristeza. A veces uno le da ganas de llorar, pero uno se contiene. Si uno como campesino se va para la ciudad, ¿de qué va a vivir uno?”, comentó Marcelina.
La violencia, la presencia de actores armados, la ausencia de instituciones del estado, el elevado costo del combustible en su territorio y el temor de la comunidad al conflicto armado limitan a sus habitantes a buscar servicios de salud, ayuda humanitaria o encontrar repuestos para su acueducto local fuera de su vereda.
Sin ninguna ayuda y a pesar de las dificultades, las familias de Pogue empezaron a reconstruir sus casas y sus cultivos. Con medicina tradicional y hierbas de la selva intentaron mejorar su salud. La ayuda humanitaria de la comunidad internacional llegó y les permitió adquirir herramientas para los cultivos, acceder a alimentos en tiempos de escasez, tener ropa seca y elementos para reconstruir sus casas. Los actores humanitarios entregaron filtros de agua para promover el consumo de agua segura y mejorar la salud de personas en la comunidad. La asistencia en salud también fue importante.
Adicionalmente, se llevaron a cabo talleres de construcción para capacitar a las personas en el proceso de levantamiento de sus construcciones y la atención en salud.
A pesar de las promesas de varias autoridades colombianas la comunidad espera ser reubicada. La comunidad ha pedido ha pedido ser reubicada debido a las condiciones de riesgo en las que viven. La Procuraduría General de la Nación ha solicitado al gobierno nacional que asegure los derechos fundamentales de la comunidad Pogue, incluyendo la vida digna, el territorio y la vivienda.
“No se olviden de nuestros hijos campesinos, ni de la comunidad de Pogue” exige Marcelina.
Volver a empezar de cero fue posible con el apoyo de la acción humanitaria del Consorcio MIRE+ financiado por la Unión Europea, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Agencia Suiza para Desarrollo y Cooperación (COSUDE).
Las necesidades de la población continúan y es urgente que las autoridades locales, departamentales y nacionales hagan presencia y atiendan la situación de la comunidad de Pogue.
“El futuro que yo sueño para mí y toda la comunidad es que nos reubiquen, que nos saquen del lote de tierra donde estamos, porque estamos en zona de alto riesgo. Es el futuro más lindo, aunque sea para mis nietos”. Dice Marcelina.