El celular de Restrepo* no para de sonar. Hace un par de días que logró salir de su comunidad ubicada en uno de los ríos selváticos de la Costa Pacífica de Colombia.
Llegó a la ciudad más cercana en busca de agua y alimentos para su pueblo. Desde enero de 2023, la disputa entre grupos armados por el control del territorio no les permite moverse del caserío para ir a sus cultivos, comerciar madera, recolectar moluscos o pescar: están atrapados.
Mientras conversamos, él recibe varios mensajes que lo mantienen inquieto.
Finalmente, una llamada le hace detener la entrevista: a tan solo una hora por río, su comunidad está buscando resguardarse de las balas y las detonaciones.
Las condiciones de vida, día a día, se hacen más difíciles.
Ramón y su esposa nos cuentan que varios niños, entre ellos sus hijos y algunos mayores, se están enfermando a causa de la comida, el agua, el clima y el encierro lejos de su tierra natural.
“Yo como madre realmente pienso que a veces se me van a morir mis hijos, encerrados aquí. Nosotros teníamos nuestras plantas medicinales, pero aquí no tenemos nada”, dice Cindy.
El intenso calor del lugar donde llegaron y la imposibilidad de acceder a sus medios de vida, que están a kilómetros de distancia, los hace sentirse en riesgo de perder sus tradiciones.
“Aquí estamos disfrazados. Muchos vestimos con ropa que nos han regalado porque muchos no pudieron traer más que la ropa que llevaban puesta”, explica un hombre mayor de la comunidad.
“Si a esto no se le pone un alto [al conflicto armado], también lo vivirán mis nietos”.
A pesar de que han pasado seis años desde el acuerdo de paz en Colombia, casi 22.000 personas campesinas, afrocolombianas e indígenas permanecen confinadas en medio del hambre y el miedo desde el 2022.
Las personas no salen de sus comunidades por miedo a caer en una mina anti-persona, a ser víctimas de violencia sexual, a quedar heridos en medio del fuego cruzado e incluso ser desaparecidas.
Crecer en el miedo
“Un niño es libre en su territorio, desde temprana edad empieza a defenderse de una picadura de culebra, de una araña; pero no puedes decirle qué hacer ante una bala”. Así también creció Restrepo, en un lugar que fue tranquilo en medio de la selva y que la violencia invadió décadas atrás. Desde entonces, muchos miembros de la comunidad han sido amenazados, desplazados, forzosamente reclutados y otros, asesinados. Cuando Restrepo era aún un adolescente, hombres armados llegaron en una lancha en busca de su padre. “Él estaba reclamando los derechos del territorio y por esa razón lo iban a matar”, cuenta. La familia completa tuvo que dejar sus tierras y huir para salvar sus vidas. -“Yo salí y yo no volví más. (…) ¿Hasta cuándo tendremos que vivir esto?” se pregunta Restrepo que decidió que sus cuatro hijos también debían irse lejos de su territorio para protegerlos del conflicto La comunidad siente que hace mucho tiempo, la tierra que es su hogar ya no es un lugar seguro. Con ellos se cuentan tres generaciones que crecieron y sobreviven al miedo.
“Lo que hacemos es levantar la voz para proteger a nuestras comunidades” cuenta Restrepo haciendo lo posible por mantener la voz firme mientras nos pide que su historia sea anónima y sin fotografías “uno se enamora de esto [buscar soluciones para la comunidad], pero hay que estar dispuesto a morir por nuestro derecho colectivo”.
Un grupo armado está asentado en ese mismo momento en la vereda y la gente ha tenido que desplazarse para defenderse del peligro al que están expuestos cuando inician los enfrentamientos armados. “Las balas no distinguen a nadie” menciona Restrepo.
“La Madre Tierra cobró toda esa sangre que se derramó. Hubo una avalancha incalculable que arrasó los árboles, hasta los más grandes.”.
Con el apoyo de la Unión Europea, el Consorcio MIRE llegó a nueve comunidades desplazadas y confinadas en el territorio de Restrepo para aliviar las necesidades más urgentes. Aunque las restricciones son cada vez mayores, los principios humanitarios aún permiten que la ayuda humanitaria de las organizaciones socias como Acción contra el Hambre, Alianza por la Solidaridad, Consejo Noruego para Refugiados y Médicos del Mundo alcance a estas poblaciones. “Explicamos a la población cómo acceder a sus derechos como víctimas del conflicto armado, fortalecemos los comportamientos de la población para evitar riesgos de violencia basada en género o accidentes con minas y brindamos apoyo emocional.
También entregamos elementos de higiene, mejoramos la infraestructura para acceder a agua limpia y a través del apoyo de efectivo las familias cuentan con autonomía para comprar alimentos y suplir otras necesidades.
Cuando llega el Consorcio MIRE “la gente se olvida por un momento del conflicto y se siente algo más libre”, explica Restrepo que sueña con el día que su comunidad pueda vivir sin miedo.
* Nombre cambiado por protección.