Jose es un hombre delgado de manos largas. Tiene 47 años y la barba canosa. Habla muy poco, pero las personas del pueblo saben que no es mudo, pues lo han escuchado cantar.
Jose siempre ha vivido donde nació.
En octubre de 2021, Jose perdió su pierna derecha al pisar una mina antipersonal que los grupos armados sembraron cerca del colegio. Un hecho impactante para toda su comunidad.
Días antes, los combates habían iniciado alrededor del pueblo y la mayoría de las personas tuvo que huir de sus casas; se fueron por el río a resguardarse en una población cercana. Se desplazaron para no quedar atrapadas entre el fuego cruzado.
Cuando cesaron los combates y pudieron regresar, se encontraron con que los territorios aledaños habían sido minados. “Caminar fuera del pueblo puede implicar incluso la muerte; las minas están escondidas y cualquier persona o animal puede activarlas”, dijo un habitante del pueblo.
Jose creció con su padre y su hermano. Cuando tenía siete años, tuvo una meningitis que lo dejó mudo durante varios meses. No recibió la atención adecuada y sus consecuencias son permanentes.
Una vecina afirma que él disfruta comer; le gusta el arroz, el pollo, el ñame, la yuca y el plátano principalmente. La comida lo hace feliz.
A diferencia de las otras personas que decidieron desplazarse, Jose se quedó durante los combates y caminaba de arriba para abajo en busca de alimento.
El día del accidente con la mina, algunas personas vieron cómo él tomó camino cerca de la escuela, en dirección de la montaña. Se escucharon disparos al aire para advertirle que se detuviera, pues iba hacia una zona minada.
Él no reaccionó y siguió.
Varias personas escucharon un estallido desde sus casas, así como habían escuchado los tiroteos unos meses atrás. Cuando salieron a mirar, ya venían cargando a Jose. La explosión lo dejó aturdido.
“Para uno es lamentable tener que correr con un vecino que cayó en una mina, bastante difícil. Me tocó vivirlo. Me desplacé con el señor a una cabecera municipal. Se le pudo dar atención, pero se le amputó la pierna”, dijo uno de los habitantes que ayudó durante el accidente.
En su comunidad no hay hospital, así que su hermano y los vecinos del pueblo lo llevaron a la zona urbana más cercana. A los cinco días pudo regresar al pueblo.
Después de esto, la comunidad dejó de caminar por algunos lugares por el temor a las minas. Los jóvenes dejaron de jugar fútbol y varios campesinos dejaron de ir a trabajar a sus cultivos para no repetir la historia.
Las niñas y los niños ya han aprendido que no pueden ir al cerro del pueblo a jugar.
Cuando ven un elemento extraño enterrado en el piso, temen que pueda ser un explosivo. “No me dan miedo los tiros, me dan miedo los explosivos”, dice un joven del pueblo.
Un hombre cercano a Jose comenta: “Para uno es muy triste porque en el flagelo del conflicto siempre terminan pagando inocentes”.
Hoy, Jose vive solo en una casa rústica de madera donde la comunidad lo asiste con cuidados y alimentación. Él espera más ayuda del gobierno, incluso una silla de ruedas. Pasa sus días con incertidumbre al igual que el resto de su comunidad.
“No me dan miedo los tiros, me dan miedo los explosivos”.
Gracias a la generosidad de la Unión Europea, Jose y su pueblo recibieron alimentos y jornadas de salud. La comunidad participó en actividades para prevenir accidentes con minas antipersonal y también para promover hábitos de higiene.
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