La angustia es permanente acá

Celina es madre soltera de tres hijos. En su casa de dos plantas, hecha con tablones de madera, se respira un ambiente familiar y afectuoso. Esto se refleja en el amor que siente por sus hijos y en el orgullo que siente por su cultura a través de los alimentos que cultivan y comen.
Celina siembra cultivos de plátano, yuca y ñame. Su día comienza temprano: “Cuando uno trabaja en el campo lleva la comida hecha. Hace el desayuno y el almuerzo. La tierra se ara manualmente y se pesca para comer”, ella explica.

Celina cultiva para alimentar a su familia. Le gusta cultivar su comida y la de su familia porque es más saludable y ahorra dinero. Vende una parte de los productos y con el dinero que gana ayuda a otras personas de su pueblo. En medio de la escasez material, la generosidad de la comunidad es abundante.
La vida en la comunidad es tranquila. Los niños y las niñas corren y juegan animadamente. Tiran piedras que rozan el agua del río mientras se ríen a carcajadas.

Pero en estas áreas rurales de Colombia, los confinamientos se aplican, no por la pandemia, sino por los grupos armados que intentan intimidar y controlar a la población. Las minas antipersonal y las restricciones a la libre movilidad limitan el acceso a los alimentos, al agua y al bienestar de Celina, su familia y su comunidad.
El pueblo vive en zozobra. Ellos no pueden acceder a los cultivos, que son su única fuente de alimentación. “Me da angustia ver que estamos metidos, como campesinos, en un problema en el que no tenemos nada que ver”, afirma Celina, preocupada.

“Me da angustia ver que estamos metidos como campesinos en un problema que no tenemos nada que ver”.

El principal inconveniente es la restricción para circular libremente por el río. “Para nosotros, el río es la única fuente para transportarnos. Si vamos a un municipio cercano a comprar alimentos, transitamos por el río”, explica Celina. Los grupos armados definen horarios y restringen el paso de las lanchas para controlar el territorio. Quienes incumplen esas normas se arriesgan a pagar multas o a poner su vida en riesgo.

El colegio agrícola del pueblo fue minado. Allí fue donde Celina, en su niñez, aprendió a sembrar. Ahí se cultiva plátano, banano y yuca.
Afortunadamente, hace varios meses, el colegio fue desminado por el Estado. Celina, junto con un grupo de jóvenes, se encargó de organizar las labores para retomar la producción de comida, porque le preocupa que se pierda el legado de la cultura de la siembra y del alimento de su pueblo. “Allí se prepara arroz de maíz, carimañolas, sancocho de pollo, pescado y tapado; esa es nuestra cultura alimentaria”, señala Celina mientras sonríe.

“Allí se prepara arroz de maíz, carimañolas [frito típico], sancocho [sopa] de pollo, pescado y tapado [sopa de mariscos], esa es nuestra cultura alimentaria”, señala Celina mientras sonríe.

A pesar de las dificultades, Celina añora un porvenir próspero para su pueblo, lleno de profesionales en distintas áreas del conocimiento que, después de culminar sus estudios, regresen a ejercer en casa. Sueña con cuidar la naturaleza, evitar la tala de árboles y enseñarle a la comunidad a no tirar la basura al río.
También anhela vivir en paz: “Es un derecho que deberíamos establecer, vivir en paz, porque estamos metidos en un conflicto que nada que ver”.

La nueva casa está cerca de un pequeño lago con peces, donde Anderson y Kaiser disfrutan jugando. “Me gusta del campo que uno vive relajado”, Anderson enfatiza. “Me gustaría quedarme aquí, es grande y bonito. Me gusta estar en el parque y puedo andar con mi sobrina en la moto. Por donde estábamos antes no quiero volver”.​

Para la población campesina, el reclutamiento forzado por los grupos armados siempre está acechando a los más jóvenes. Algunos son reclutados a la fuerza. Anderson tiene claro que no le gusta la violencia y prefiere la vida campesina: “uno trabaja normal, con ganado, lo que tenga el campo”, dice Anderson.​

Le gusta cuidar el ganado y ordeñar las vacas pues fue lo que aprendió de sus padres y de la vida en el campo.

Gracias a la generosidad de la Unión Europea, Anderson y su familia recibieron comida, colchonetas, elementos para mejorar su estadía en el albergue y elementos para la higiene personal. También han participado en actividades educativas y psicoemocionales que les facilita volver a comenzar.​

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Gracias a la generosidad de la Unión Europea, Celina y su pueblo recibieron alimentos y jornadas de salud. También participaron en actividades para conocer sus derechos, fortalecer su comunidad, prevenir accidentes con minas antipersonal y promover hábitos de higiene.


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