El coraje de una mujer indígena

Fotografías: Aica Colectivo

Mistremila vive una comunidad indígena que tiene cientos de años de historia en occidente de Colombia. Su testimonio revela la desgarradora realidad de vivir bajo la influencia de actores armados no estatales, el desbordamiento de los ríos ocasionado por las fuertes lluvias y la ausencia de las instituciones de Estado. Brindar ayuda humanitaria en estas condiciones es urgente. 

Cuando era joven, la vida de Mistremila era sencilla, ella recorría libremente los ríos y los caminos en la selva que rodean la comunidad para cortar leña, recoger maíz, plátanos y otros alimentos que necesitaban ella y su familia. Además, recogía las hojas que caían de los árboles para tejer sus canastos, como le habían enseñado su madre y su abuela.  

“Antes caminaba por el monte, bien adentro. Ahora no, porque hay miedo. Si alguien anda solo, las personas que están armadas lo intimidan”, dice Mistremila. 

Hoy la vida es diferente, la presencia de grupos armados no estatales ha hecho que buscar comida por fuera de la comunidad sea peligroso. Estos hombres armados imponen sus propias reglas, restringiendo los movimientos de la población durante horarios y lugares específicos en sus territorios. Mistremila y su comunidad a veces se sienten atrapados, confinados en su propia tierra. 

Vivir encerrada

Mistremila vive en una casa de madera abierta que se eleva del suelo casi dos metros y que tiene un tronco de muescas que sirve para subir como escaleras.  

En esa casa, Mistremila dio a luz a trece hijos. Pero la vida en la selva, lejos de todo, donde el Estado está ausente y la presencia de los actores armados restringe la movilidad, es una mezcla mortal. Sin sustento suficiente, sin agua limpia y a seis horas de distancia del centro médico más cercano, la muerte se llevó a seis de sus hijos. 

Ella cocina en su fogón de leña el plátano, lo poco que usualmente pude conseguir para comer. “A veces comemos, a veces no”, dice Mistremila. Ella explica que el temor se apodera de todos en la comunidad cuando los grupos armados no estatales recorren los alrededores y les imponen reglas para confinarles en su comunidad. 

El confinamiento es una estrategia utilizada por actores armados no estatales para ejercer control. Quien controla la población, controla el territorio y las economías ilícitas. Las amenazas, la utilización de minas antipersonal, los homicidios, la violencia sexual, la violencia armada y la imposición de horarios para que la población se quede en sus hogares tienen como finalidad evitar que otro actor armado ingrese a su territorio. 

En 2024, 138.000 personas en Colombia fueron confinadas, la cifra más alta reportada desde 2008. La situación no ha mejorado en el 2025, en los primeros dos meses del año decenas de miles de personas fueron confinadas. La violencia y el control ejercido por actores armados restringen su acceso a alimentos, atención médica o la posibilidad de caminar hacia las escuelas para acceder a la educación. 

Para personas como Mistremila, el confinamiento no es solo un número, es una realidad que limita la recolocación de alimentos en sus cultivos y que impide que sus niños se eduquen, transiten en el río para pescar o recolecten hojas para tejer sus canastos. 

“Toda la comida allá se pierde”, dice Mistremila mirando y señalando a lo lejos. Ella explica que para llegar a sus cultivos de comida tardan hasta dos días caminando, pero no pueden recolectar los alimentos por el temor a los actores armados. Saben dónde hay comida en la selva, pero no pueden alcanzarla porque están atrapados en un conflicto armado que es completamente ajeno. 

Huir para salvar su vida

En su casa, Mistremila explica que el conflicto armado en su comunidad no es un fenómeno reciente. Su gente lleva más de dos décadas atrapada en una espiral de violencia. En el 2004, la acción violenta de un grupo armado marcó un punto de inflexión. Hombres armados ingresaron a su comunidad a buscar a miembros de un grupo armado rival y sembraron el terror en la población. 

“Uno de ellos me apuntó y me dijo: Hable duro, hable duro” recuerda Mistremila. Ella temía por la vida de sus hijos que fueron separados por el grupo, “yo lloraba por mis hijos porque los iban a matar, pero toda la comunidad se unió y les dijeron: ellos son nativos de aquí, nacieron aquí, no son de ningún grupo”. Las amenazas del grupo armado no estatal se agravaron. Los hombres armados les amenazaron de muerte. 

La violencia los obligó a huir de sus hogares, la comunidad no tuvo otra opción. Durante más de medio año vivieron lejos de su tierra, sin acceso a comida, agua y medios para subsistir por sí mismos. Seis meses después, agotados y sin recursos, tomaron la difícil decisión de regresar.  

Más allá de la pérdida de sus alimentos y animales, el desplazamiento debilitó a su comunidad: las niñas, los niños y los jóvenes dejaron de recoger hojas para hacer sus canastos, abandonaron la pesca y dejaron de hablar en su lengua indígena para hablar en español. El conflicto armado terminó afectando a la comunidad: decenas de jóvenes indígenas decidieron no retornar a su tierra por temor. El principal capital de la comunidad indígena -su gente- se disminuyó como consecuencia de la violencia. Mistremila temió que su comunidad indígena, de cientos de años de historia, se extinguiera. 

Meses después, quienes se arriesgaron a retornar encontraron un panorama desolador: sus hogares saqueados, sus animales muertos y sus cultivos arrasados. La selva había reclamado sus tierras, cubriendo las casas de maleza.  

“Había sangre en el suelo y las paredes”, afirmó un hombre indígena de la comunidad. No obstante, a pesar del miedo, decidieron quedarse.  

Mistremila también regresó al pueblo, sin sus hijos mayores quienes aún hoy siguen desplazados y con miedo de regresar.  

Ella, las mujeres y los hombres se unieron para reconstruir el pueblo, limpiaron las casas, volvieron a sembrar nueva comida y desde entonces continúan enseñando a las nuevas generaciones las tradiciones que los mantienen unidos en medio del conflicto armado.   

“Desplazarnos, no. Ya no queremos. Yo quiero morir aquí en mi tierra”, dice Mistremila quien mantiene el anhelo de preservar sus costumbres y tradiciones enseñando a su nieta a tejer canastos, cosechar plátano y a practicar las danzas rituales de su pueblo. “Si nos desplazamos nuevamente, vamos a perder toda nuestra tierra y nuestras familias”.  

Hoy, Mistremila vive atrapada en su comunidad sin poder caminar lejos, pero no se niega volver a huir como consecuencia del conflicto armado. 

La fuerza de la solidaridad

A pesar del miedo y la poca o nula presencia de instituciones de Estado, la respuesta de actores humanitarios se ha convertido en una oportunidad para la comunidad de Mistremila. Las iniciativas para fortalecer la organización comunitaria o la ayuda alimentaria han sido un alivio para las necesidades más urgentes, ofreciéndoles un respiro en medio de la emergencia del confinamiento.

Aunque los actores armados no estatales continúan imponiendo sus reglas en el territorio, Mistremila conserva la esperanza de que su comunidad siga unida y preserve sus tradiciones. Su voz firme y decisión para mantener a su comunidad unida es el testimonio de quienes persisten para que sus comunidades indígenas no se extingan.

“Aquí vivimos con lo poco que hay, pero esta es mi tierra. Aunque esté llena de miedo, no me voy”, afirma Mestremela.

Hoy las entregas de ayuda alimentaria y los proyectos de protección y recuperación temprana de actores humanitarios internacionales permiten que estas comunidades afronten mejor el riesgo de nuevas emergencias.

“Nos sentimos un poquito más tranquilos. Al menos sé que puedo dar de comer a los niños”, dice Mistremila con gratitud.

Para aliviar las necesidades de la comunidad entregamos cientos de paquetes con alimentos y artículos de higiene, además brindamos servicios básicos de salud y apoyo psicosocial. Proporcionamos información clave sobre la higiene y el consumo de agua para prevenir enfermedades.

La asistencia humanitaria continúa salvando vidas, brindando esperanza y llevando alivio a comunidades que siguen siendo afectadas por el conflicto armado en Colombia.

Esta acción humanitaria del Consorcio MIRE+ es posible gracias al apoyo de la Unión Europea, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Agencia Suiza para Desarrollo y Cooperación (COSUDE).

Volver a empezar de cero fue posible con el apoyo de la acción humanitaria del Consorcio MIRE+ financiado por la Unión Europea, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Agencia Suiza para Desarrollo y Cooperación (COSUDE). 

Las necesidades de la población continúan y es urgente que las autoridades locales, departamentales y nacionales hagan presencia y atiendan la situación de la comunidad de Pogue.  

“El futuro que yo sueño para mí y toda la comunidad es que nos reubiquen, que nos saquen del lote de tierra donde estamos, porque estamos en zona de alto riesgo. Es el futuro más lindo, aunque sea para mis nietos”. Dice Marcelina. 

 

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